lunes, 9 de febrero de 2009

LaAtlanta,un reino mitico


Durante siglos, la historia de un reino sumergido ha sido motivo de interés y estudios por gentes de todas las razas y épocas. La realidad se vio envuelta de un halo de misterios y leyendas tales que las teorías propuestas son incapaces de determinar qué parte de lo que se cuenta es ficción y cuál no lo es. El origen de la Atlántida, su cultura y sobre todo su localización, ha sufrido toda clase de propuestas, extravagantes algunas de ellas, que han llevado a sus gentes desde ser una sociedad avanzada tecnológicamente, incluso hasta por delante de nuestros tiempos, hasta ser una sociedad infinitamente rica, e incluso llegados de otro planeta. Sea como fuere, en algún punto de la tierra, desde las profundidades del mar, siglos de historia nos contemplan, ocultos donde nadie puede encontrarlos.
Fue Platón, hacia el 347 a.C. el primero y único que dejó por escrito la existencia del reino de la Atlántida en sus diálogos de Timeo y Critias, cuando hizo una descripción de ella como una isla extensa y llana en cuyo centro había una colina, que a su vez estaba rodeada de tres anillos concéntricos de mar. En la cima de la colina había un templo dedicado a Poseidón y Cleito rodeado por un muro enteramente de oro. A su lado, otro templo de Poseidón estaba hecho de plata. Dos fuentes manaban constantemente agua, una fría y la otra cálida.
En el anillo más cercano vivían los más ricos y de alto status de su sociedad, y en el siguiente anillo los plebeyos. Más allá una extensa pradera repleta de aromáticas sustancias, hasta completar una isla “más grande aún que Asia menor y Libia juntas”…
Como vemos, una descripción demasiado idílica como para resultar creíble, más aún cuando la descripción que hacía Platón la basaba en las historias de un ateniense, Solón, que decía haberlo escuchado de un sacerdote al que a su vez se lo había contado otro…
Similares propuestas se hicieron para su desaparición, ya que según aquellos escritos, su sociedad se perdió en su propia decadencia y corrupción. Sus gobernantes quisieron expandirse y comenzaron una época de invasiones a las tierras cercanas, e incluso se contó que llegaron a dominar todo el norte de Africa, hasta Egipto. Tal ambición fue castigada por sus dioses con una explosión volcánica que arrojó ceniza y arrasó su civilización, para posteriormente ser destruida por un maremoto que la hundió en apenas 24 horas.
Platón situó aquella tragedia alrededor del 9600 a.C. en un lugar que estaba “más allá de las columnas de Hércules”, muy cerca de las islas Canarias, una vez atravesado el estrecho de Gibraltar.
Todas aquellas historia míticas tenían por fuerza que levantar las aspiraciones de muchos historiadores y estudiosos dispuestos a llevarse la gloria de ser quienes descubrieran los restos de aquella magnífica civilización.
Ciertamente su descubrimiento sería un hito en la historia; sin duda alguna, el mayor descubrimiento que pudiera hacerse, aunque desgraciadamente también sería el final de tantos siglos de leyendas. Son tantas esas teorías lanzadas, en cuanto a su localización, que a la Altántida se la ha situado desde el estrecho de Gibraltar, hasta en las cercanías de Islandia, o en las Azores, o como se dicen en las últimas teorías, las más aceptadas, en los alrededores de las Islas Cícladas.
Pero la historia de su posible localización es otra historia que podéis leer en Teorías sobre la Atlántida.


En las cercanías del pueblo valenciano de Mogente se encuentra un angosto barranco, el barranco de la Hoz, cuyas paredes contienen pinturas prehistóricas y sorprendentes formaciones pétreas de origen natural. Una de las más curiosas se parece a una escalera y asciende de forma fantástica desde el suelo hasta terminar frente a un lienzo liso de roca. Es la llamada Escala de la Doncella.
Cuentan que en tiempos de Abdalazis II, cuando Valencia era todavía musulmana, gobernaba Mogente un sabio y valiente guerrero llamado Mohamed Ben Abderramán Ben Tahir. Éste tenía una hermosa hija, Fátima de los Jardines, a la que amaba sobre todas las cosas de la Tierra, y para quién ordenó construir una torre en un saliente del barranco de la Hoz, a la cual la joven podría acudir siempre que quisiera deleitarse con la belleza del paisaje.
Ben Tahir deseaba también proporcionar a su hija la mejor educación posible, y para ello mandó traer a uno de los mayores sabios de su tiempo, quien se encontraba entonces preso en Marruecos, y por cual tuvo que pagar un rescate. Pronto halló Ben Tahir que el dinero invertido había merecido la pena, pues con tan docto maestro la doncella aprendía a gran velocidad.
Sin embargo, esto era en realidad mérito tanto del maestro como de la alumna. La inteligencia de Fátima de los Jardines no dejaba de sorprender al preceptor, quien se sentía como si estuviese vertiendo sus conocimientos en un pozo si fondo. Cuando agotó sus saberes acerca de las ciencias y las letras, comenzó a enseñarle a la joven los secretos de la magia oculta.
Unos meses después, se dio cuenta Ben Tahir de que su hija se mostraba cada vez más meditabunda, apática y contemplativa. Incluso su maestro parecía mucho más triste y apagado que cuando había llegado a Mogente. Preguntó a este último qué sucedía, y obtuvo la siguiente respuesta:
― “Tu hija, que ahora es capaz de ver cosas vedadas para gran parte de los mortales, ha descubierto la existencia frente a su torre de un palacio encantado, lleno de maravillas y riquezas, a cuya entrada lleva esa misteriosa escalera tallada en la piedra. Esa puerta es peligrosa, y yo no podría abrirla con mi magia. Existe, sin embargo, otra en un sitio cercano a la cual sí puedo doblegar a mi voluntad, aunque es probable que quien la traviese no sea capaz de salir después y quede prisionero en el castillo encantado para siempre”.
Ben Tahir no quiso oír más advertencias y ordenó al sabio a que les condujera a su hija y a él a aquel lugar maravilloso. Para más seguridad entraría con ellos, compartiendo así su destino.
Los llevó el sabio a un determinado lugar del barranco, frente a una pared lisa de roca, abrió un libro de magia que llevaba con él y comenzó a leer en voz alta uno de los conjuros que allí venían escritos. La pared de piedra empezó entonces a agitarse. Tembló y retumbó hasta que apareció una grieta que la recorrió de arriba abajo. Las dos partes de la pared se apartaron a un lado, dejando ver la entrada a un suntuoso pasillo.
Precedidos siempre por el mago, que no apartaba los ojos de su libro de conjuros, padre e hija entraron en el palacio subterráneo y recorrieron sus salas una a una, mirándolo todo con ojos entre maravillados y atemorizados, hasta que finalmente su guía les confirmó que había llegado la hora de salir de allí.
Tan agradecido estaba Ben Tahir por haber tenido la posibilidad de visitar aquel lugar que recompensó al sabio concediéndole la libertad de volver a su país. Sólo puso una condición, y esta fue que le dejara el libro de conjuros a su hija, algo a lo que él accedió.
Pasaron las semanas, y Ben Tahir estaba cada vez más contento de ver a Fátima de los Jardines alegre otra vez. Su felicidad, sin embargo, no iba a durar mucho. Un día, al regresar a su castillo después de tomar parte en una cacería, escuchó un horrible lamento que salía de la tierra, y en el cual reconoció la voz de su hija. La buscó por todas partes sin poder encontrarla. Tras interrogar a los sirvientes, averiguó que la joven había subido por la escalera de piedra del Barranco de la Hoz, se había internado en la montaña y esta se había cerrado a su espalda. Los sirvientes no la vieron salir.
Loco de desesperación, Ben Tahir recorrió el barranco buscando alguna abertura por la que poder entrar en el palacio encantado, aunque, como era de esperar, no halló ni la más mínima fisura en la pared de roca. Sus esfuerzos eran inútiles. Al poco tiempo, recibió además la noticia de que el sabio preceptor de su hija había muerto, allá lejos en su país natal, esfumándose así la única posibilidad que veía de rescatarla. Unos días después de recibir esta mala nueva, Ben Tahir moría también, según los médicos que lo atendieron, a causa de la pena.
Los gritos de auxilio de su hija se siguieron escuchando durante un tiempo, hasta que esta finalmente pareció darse cuenta de que no iban a rescatarla o, como mínimo, de que esto iba a tardar en producirse.
Cada cien años, cuenta la leyenda, el palacio subterráneo le permite asomarse a la Escala de la Doncella para comprobar si se ha presentado alguien capaz de desencantarla.

miércoles, 4 de febrero de 2009





Sirenas en la historia y la mitología

Están relacionadas con la visualización que han hecho los antiguos marinos en distintos océanos, pero debido a que los relatos de Homero se interpretaron como historias ficticias, las sirenas fueron tomadas como personajes mitológicos.
Esto es lo que se dice de ellas en el artículo LOS ELEMENTALES:
Innumerables son los habitantes de las aguas, especies animales y vegetales aún desconocidas, y lo mismo ocurre con seres feéricos y legendarios. Las sirenas son, entre ellos, los más conocidos. Les siguen en popularidad las ondinas y las ninfas.



Quizás algunos hayan oído hablar de las mujeres-foca, de las hadas lavanderas o de las náyades.
Las sirenas eran el equivalente a las ninfas pero en el mar pues residían en la zona de Sicilia cerca del cabo Pelore. Sus padres fueron Calíope y el río Aquelao, según unas versiones y Forcis o Gea, según otras. El número exacto de ellas no está totalmente claro, hay quien afirma que eran tres, pero también se dice que fueron cinco e, incluso ocho.



El cuerpo de las sirenas, a pesar de que vivían en los océanos y de lo que tradicionalmente se ha representado, estaba formado por un cuerpo de ave y un rostro de mujer, por lo tanto, no tenían aletas, sino alas. Las sirenas detentaban una voz de inmensa dulzura y musicalidad y se prodigaban en cantos cada vez que un barco se les acercaba, por lo que los marineros, encantados por sus sonidos, cuando no podían huir de ellas se arrojaban al mar para oírlas mejor pereciendo irremediablemente. Sin embargo, si un hombre era capaz de oírlas sin sentirse atraído por ellas una de las sirenas debería morir. Fue esto lo que propició el héroe Odiseo, más conocido como Ulises. Cuando Odiseo estaba viajando en barco en una de sus muchas hazañas halló a las sirenas y para evitar su influjo ordenó a sus tripulantes, según consejo de Circe, que se taparan los oídos con cera para no poder escucharlas mientras que él se ató al mástil del barco con los oídos descubiertos. De esta forma, ninguno de sus marineros sufrió daño porque no oyeron música alguna mientras que Odiseo, a pesar de que había implorado una y otra vez que lo soltaran se mantuvo junto al poste y pudo deleitarse con su música sin peligro alguno. En consecuencia, una de las sirenas tuvo que perecer y esta suerte le sobrevino a la sirena llamada Parténope. Una vez muerta las olas la lanzaron hasta la playa y allí fue enterrada con múltiples honores. En su sepulcro se instaló después un templo. El templo se convirtió en pueblo, y finalmente el lugar donde fue enterrada esta sirena se transformó en la próspera Nápoles, llamada antiguamente Parténope. También existe otra leyenda acerca de las sirenas que afirma que los Argonautas también sobrevivieron a su influjo porque Orfeo, que les acompañaba, cantó tan maravillosamente que anuló completamente su seductora voz.

EL ORIGEN DE LAS SIRENAS
Difícil es dilucidar el verdadero origen de las sirenas. Dejando a un lado a las antiguas sirenas con forma de mujeres-ave, se dice que la primera mujer-pez conocida fue Atargatis, la diosa de la luna, protectora de la fecundidad y el amor. Atargatis, perseguida por Mopsos, se sumergió en el lago Ascalón con su hijo, y se salvó gracias a su cola de pez. Esta leyenda se confunde con la de la diosa siria Derceto, que también se arrojó a las aguas del mismo lago, después de matar a uno de sus sacerdotes y abandonar a la hija de ambos en el desierto. Derceto recibió la cola de pez como símbolo de su pecado, y su hija, criada por las palomas, se convirtió en Semíramis, reina de Babilonia.
También puede encontrarse una semejanza con las sirenas en la diosa Afrodita, hija del semen de Zeus convertido en espuma de mar, que fue diosa del amor y protectora de los marinos. Su espejo ha sido heredado por toda la estirpe de sirenas.
Para buena parte de los sabios griegos, sin embargo, las sirenas tienen por padre a Aqueloo, un río personificado en figura de hombre con cola de pez. En cuanto a la madre, la confusión crece: puede ser la diosa de la memoria, o alguna de sus hijas, las musas. Quizá las sirenas sean hijas de la Elocuencia, de la Danza, de laTragedia o de la Música. Hasta podrían ser hijas de Ceto, la ballena.



OCEANIDAS Y NEREIDAS
El dios Océano y su hermana Tetis tuvieron trescientas hijas, las Oceánidas, que luego se extendieron por todos los mares y los abismos marinos. Una de ellas, Dóride, fué madre de otras cincuenta ninfas de agua, las Nereidas, llamadas así en honor a su padre Nereo, de la raza de los Viejos del Mar, creada también por Océano y Tetis.
Las Nereidas habitan en el Mar Mediterráneo, y cada una de ellas representa una de las formas de este mar. Por ejemplo, Talía es la sirena verde, y Glaucea, la azul. Dinamenea simboliza el vaivén de las olas, y Cimodaré, la calma. Una de las Nereidas, Anfitrite, fue amante de Poseidón y madre de los Tritones. Las Nereidas protegían a los barcos, y no cantaban para atraer a los marinos, sino para complacer a su padre. Los antiguos describieron a las Nereidas con el cuerpo cubierto de escamas y formas de pez. A partir de aquí, el mito de la Sirena fue creciendo por todo el mundo como las ondas en la superficie calma del agua...



SIRENAS HISTÓRICAS
Hasta en los mapas del Renacimiento podía leerse la frase “Hic sunt sirenae” (Aquí están las sirenas) escrita en medio de las áreas destinadas a los océanos. El hombre que surcó el Atlántico, Cristóbal Colón, también asegura que él y sus hombres las vieron, aunque no tan bellas como cuentan las historias. Muchas crónicas de reyes refieren la existencia de sirenas capturadas, y aún cercanos nuestros días navegantes y exploradores relatan encuentros con mujeres marinas, como una que apareció en la Antártida en 1823 u otra en las Bahamas en 1869. La primera tenía los cabellos verdes, la segunda, azules. Sin ir más lejos, en Liérganes, municipio español, existió un hombre-pez, y circulan rumores de otro ser de estas características en el río Ebro.

SIRENAS, CANCIONES Y LEYENDAS
"Encantan a los mortales que se les acercan. ¡Pero es bien loco el que se detiene para escuchar sus cantos! Nunca volverá a ver a su mujer ni a sus hijos, pues con sus voces de lirio las sirenas lo encantan, mientras que la ribera vecina está llena de osamentas blanqueadas y de restos humanos de carnes corrompidas..." Este texto escrito hace 2.800 años es probablemente el origen de la más antigua y conocida de las leyendas: las sirenas que atraen a los marinos con sus voces mágicas, y hacen encallar los barcos y ahogarse los tripulantes. Homero lo imaginó así, y así nos lo contó en La Odisea.
Las páginas de muchos otros libros se han nutrido de los seres de las aguas, y las leyendas, como ríos de la memoria de la Humanidad, han permanecido hasta nuestros días.
Ulises y las Sirenas
Las sirenas son personajes mitológicos cuyo canto embrujador llevaba a los marinos a la perdición. Sus métodos de seducción variaban de un relato a otro, pero todas ejercían una atracción sin parangón sobre los navegantes.El primer testimonio acerca de la aparición de sirenas se remonta a La Odisea de Hornero, que relata las aventuras tumultuosas del héroe griego Ulises, durante su largo viaje de regreso a Itaca, después de la guerra de Troya. Las sirenas de la época no son esos seres mitad mujer, mitad pez, que las leyendas más modernas retuvieron, sino unas aves con cabeza y pecho de mujer.
Un canto melodioso e irresistible
En la mitología griega, las sirenas viven en una isla del Mediterráneo. Su canto es tan bello que los marinos que las escuchan no pueden resistírseles y dirigen sus naves contra los arrecifes. Los supervivientes son asesinados sin piedad. Cuando Ulises abandona la morada de la hechicera Circe, sabe que debe pasar cerca de la isla de las sirenas. Siguiendo los consejos de la hechicera, el astuto héroe recurre a una estratagema que le permitirá oír y no obstante salvar la nave y a sus compañeros. Tapa los oídos de sus hombres con cera después de haberles pedido ser fuertemente atado al mástil. Así podrá saciar su curiosidad escuchando el canto de las sirenas, sin ceder a su encantamiento.
Este canto se revela melodioso y desgarrador, y está colmado de bellas promesas. Ulises les grita a sus compañeros que lo desaten, pero por supuesto éstos permanecen sordos a sus gritos. Finalmente, el barco pasa y los héroes escapan al funesto destino de tantos otros marinos.



Sin embargo, Ulises no es el único en enfrentarse a las sirenas. El poeta mítico Orfeo, que acompaña a Jasón en búsqueda del vellocino de oro, logra también resistir a su fatal encanto. En el instante en que Jasón y sus hombres, los argonautas, atraídos por las melodiosas voces, cambian de rumbo y se dirigen peligrosamente hacia los arrecifes de la isla, Orfeo toma su lira y entona un canto tan sublime que cubre las melopeas de las sirenas y salva a los marinos, arrancándolos de su mortal contemplación.



¿Quiénes son las sirenas?
Las sirenas de la época homérica son tres hermanas, hijas del dios río Aquelloo y de la musa de la poesía Calíope. Lidia toca la flauta, Fartenopea la lira y Leucosea lee los textos y los cantos. Antiguas compañeras de Perséfo-ne, hija de Zeus y de Deméter, raptada por Hades, el dios de los Infiernos, pidieron a los dioses que les otorgaran alas para poder salvar a la joven y traerla de vuelta sobre la tierra. Según otra versión, deben su apariencia a Deméter, que quiso castigarlas por haber sido negligentes en el cuidado de su hija. Su nombre proviene del término latino siren, que a su vez proviene del griego seirén, de la palabra seim, lazo, cuerda, recordando sin duda el poder cautivador de las sirenas.



Mujeres-pájaro, luego mujeres-pez
La apariencia física de las sirenas evolucionó. En época griega, eran representadas como seres alados, con cara humana y cuerpo de ave como lo prueban diferentes vasijas griegas antiguas. Su transformación en criaturas mitad mujer, mitad pez, con la parte inferior recubierta de escamas, se remonta al parecer a la Edad Media y a las leyendas celtas y germánicas.
Pero, ya bajo el Imperio romano, se les confunde con las Nereidas, las cincuenta hijas de Nereo, dios marino, y de Doris, descendiente del titán Océano.Las bellas Nereidas son las ninfas del mar y por lo tanto no es sorprendente que hayan sido tomadas por sirenas, también figuras marinas...
Sea como sea, esta leyenda, nacida de la mitología griega y transmitida a través de los siglos, permanece durante mucho tiempo vivaz y continúa asediando la imaginación de los navegantes del mundo entero.
Las sirenas a través de los tiemposAunque las sirenas nacieron de la imaginación de los poetas griegos antiguos, la tradición que éstas inspiraron se transformó y se desarrolló con el paso del tiempo, particularmente bajo la influencia del folklore nórdico.
La mitología nórdica. Las leyendas irlandesas e inglesas hacen todas referencia a la presencia de sirenas a lo largo de sus costas, mientras que la mitología germánica las ve surgir de la espuma de las olas. La tradición bretona relata que Ahez, hija del rey Grallon, habría sido sumergida en las aguas por haber entregado la ciudad de Ys al diablo y a las olas, y se habría convertido en sirena. Saxo Grammaticus, un cronista de los siglos XII y XIII, describe por su parte el combate del rey danés Hadding, hijo de Gram, contra un monstruo acuático, mitad hombre, mitad pez.
Donde se pesca a un hombre-sirena. Las representaciones de sirenas se multiplican durante la Edad Media y se transforman en uno de los temas favoritos de decoración de los manuscritos. Hacia el año 1200, el cronista inglés Ralph de Coggeshall escribe: "Durante el siglo pasado, bajo el reinado del rey Enrique II, unos pescadores de Oxford capturaron en el Canal de la Mancha a un hombre desnudo, que nadaba con soltura bajo el agua. Encerrado durante varios días, éste se alimentó principalmente de pescado.
No pronunciaba la más mínima palabra, aun bajo las peores torturas. Devuelto al agua, rasgó la red que lo retenía y consiguió hacerse mar adentro. Después de un tiempo, volvió a la orilla y vivió durante dos meses entre la gente de Oxford antes de volver definitivamente a su elemento natural".
Las sirenas de Cristóbal Colón. Mientras se encuentra frente a las Antillas, el navegante genovés cree divisar tres de estas criaturas que bailan en el agua. Son feas y mudas, pero él descubre en su mirada una cierta "nostalgia de Grecia".
Un encuentro moderno. En 1869, en las Bahamas, seis hombres que se dirigen en canoa hacia una bahía divisan una sirena de deslumbrante belleza, con los cabellos azules flotando sobre sus hombros y las manos hendidas. Ésta emite unos grititos de sorpresa al ver a los marinos y desaparece poco después, sin dejar que se acerquen.
La apariencia física de las sirenas evolucionó. En la época griega, eran representadas como seres alados, con cara humana y cuerpo de ave como lo prueban las diferentes vasijas griegas antiguas. Su transformación en criaturas mitad mujer, mitad pez, con la parte inferior recubierta de escamas, se remonta aparentemente a la Edad Media y a las leyendas celtas y germánicas. Pero, ya bajo el Imperio Romano, se las confunde con las Nereidas, las cincuenta hijas de Nereo, dios marino, y de Doris, descendiente del Titán Océano. Las bellas Nereidas, de las que hablaremos más adelante, son las ninfas del mar y por lo tanto no es sorprendente que se las haya asemejado a las sirenas, también figuras marinas...



A las sirenas se las describe con frecuencia asomándose a la superficie del agua, o sentadas en una roca, peinándose su largo y rubio cabello con una mano y un espejo en la otra. Posteriormente, las sirenas pasaron a ser consideradas divinidades del más allá, y se suponía que cantaban para los bienaventurados en las Islas Afortunadas. Fue así como pasaron a representar las armonías celestiales y es así como las dibujan en los ataúdes y sarcófagos.
Aunque las sirenas nacieron de la imaginación de poetas griegos antiguos, la tradición que éstas inspiraron se transformó y se desarrolló con el paso del tiempo, particularmente bajo la influencia del folclor nórdico. La leyenda de las sirenas se popularizó rápidamente; se extendió por toda Europa y llegó incluso a territorios muy alejados, como la India, Rusia y Japón, pasando después a América. Algunas de las historias las representaban crueles, como la de Ulises, y otras las describían dulces y amorosas, como en el caso de Ondina, que según el relato apareció en la costa de Francia.
La mitología nórdica.- Las leyendas irlandesas e inglesas hacen todas referencia a la presencia de sirenas a lo largo de sus costas, mientras que la mitología germánica las ve surgir de la espuma de las olas. La tradición bretona relata que Ahez, hija del rey Grallon, habría sido sumergida en las aguas por haber entregado la ciudad de Ys al diablo y a las olas, y se habría convertido en sirena. Saxo Grammaticus, un cronista de los siglos XII y XIII, describe por su parte el combate del rey danés Hadding, hijo de Gram, contra un monstruo acuático, mitad hombre, mitad pez.
Se dice también que había sirenas en los lagos del norte de Europa. Ellas atraían a los viajeros, haciéndolos sucumbir con el encanto de su voz. Nadie volvía a ver al caminante.





HISTORIAS VERÍDICAS
(Y OTRAS NO TANTO)
DE SIRENAS Y TRITONES [1]

Estos extraños seres han figurado en numerosos relatos a lo largo de los siglos. Sin embargo, ¿son los hombres pez tan sólo quimeras pintorescas de nuestra imaginación, o existen en el mundo real? Según el periódico surafricano Pretoria News del 20 de diciembre de 1977, una sirena fue hallada en un desagüe en el distrito de Limbala, etapa III. Los relatos son confusos y es difícil determinar quién vio qué -y qué fue exactamente lo que vieron los testigos-, pero tal parece que la "sirena" fue vista primero por unos niños y, a medida que se difundió la noticia, se fueron aglomerando los curiosos. A un periodista le dijeron que la criatura parecía ser una "mujer europea de la cintura para arriba, mientras que el resto de su cuerpo tenía forma de cola de pez, cubierta de escamas".
Las leyendas sobre sirenas y tritones se remontan a la antigüedad y hacen parte del folclor de casi todos los países del mundo. A lo largo de los siglos, los hombres pez han sido vistos por testigos de reconocida integridad, y siguen viéndose en la actualidad.
El primer tritón registrado por la historia fue Ea, un dios con cola de pez, más conocido como Oannes, una de las tres grandes deidades de los babilonios. Ejercía dominio sobre el 'mar y también era el dios de la luz y de la sabiduría, además de haber sido quien llevó la civilización a su pueblo. Oanne fue originalmente el dios de los acadios, un pueblo semita del extremo norte de Babilonia; los babilonios derivaron de él su cultura y ya en el año 5000 a.C. se le adoraba en Acad.
Casi todo lo que sabemos sobre el culto de Oannes proviene de los fragmentos que han sobrevivido de una historia de Babilonia en tres volúmenes, escrita por Berossus. un sacerdote caldeo de Bel que vivió en Babilonia en el tercer siglo antes de Cristo. En el siglo XIX, Paul Emil Botta, entonces vicecónsul francés en Mosul, Irak, y aficionado a la arqueología -si bien su interés primordial era el pillaje, descubrió una escultura extraordinaria de Oannes que databa del siglo VIII a.C., en el palacio del rey asirio Sargón II en Khorabad cerca de Mosul. La escultura, junto con una profusa colección de tabletas grabadas e inscripciones cuneiformes, reposa en la actualidad en el Museo del Louvre en París.
Otra deidad antigua con cola de pez fue Dagón, dios de los filisteos, que figura en la Biblia: 1 Samuel 5: 1-4. El Arca de la Alianza fue colocada junto a una estatua de Dagón en un templo consagrado a dicho dios en Ashod, una de las cinco grandes ciudades-estado filisteas. Al día siguiente, se descubrió que la estatua estaba "tendida en tierra y con la cara contra ella, delante del arca de Yavé". En medio de la consternación general y, sin duda, de un gran temor, la gente de Ashod enderezó la estatua de Dagón, pero al día siguiente fue nuevamente encontrada caída ante el Arca de la Alianza, esta vez con la cabeza y las manos rotas.
También es probable que la esposa y las hijas de Oannes tuvieran cola de pez, pero las representaciones que de ellas quedan son vagas y no puede saberse con certeza. Sin embargo, no queda duda sobre Atargatis, a veces conocida como, Derceto una diosa semita de la luna. En su De dea Syria, el escritor griego Luciano (c. 120 a.C.- c. 180) también la describió: "De esta Derceto también vi en Fenicia un dibujo en el que se la representa de modo curioso; de la mitad para arriba es una mujer, pero de la cintura hasta las extremidades inferiores tiene cola de pez".
Las deidades con cola de pez figuran en casi todas las culturas de la antigüedad; en la edad media, empero, ya se habían convertido en habitantes humanoides del mar. Una de las influencias científicas más importantes en la edad media fue Plinio el Viejo (23-79 a.C.), un administrador y autor de enciclopedias romano que murió en la erupción del volcán Vesubio que destruyó Pompeya y cuya estatua en el exterior de la catedral de Como, hecha en el siglo XV, guarda una curiosa semejanza con Harpo Marx. En lo que respecta a los eruditos medievales, si Plinio decía que algo era así, pues entonces era innegablemente así. Sobre las sirenas, Plinio escribió:
Puedo traer para mis autores diversos caballeros de Roma... que testifican que en la costa del Océano Español, cerca de Gades, han visto a un hombre pez, en todo respecto parecido a un hombre tan perfectamente en todas las partes del cuerpo como podría ser...
No está muy claro por qué, si el hombre se parecía tanto a un humano, los "diversos caballeros de Roma" creyeron haber visto a un hombre pez, pero Plinio estaba convencido de que los hombres pez eran reales y que se les veía con frecuencia.
Los relatos sobre tritones y sirenas proliferaron y, como cosa curiosa, la Iglesia los alentaba, pues consideraba útil adaptar antiguas leyendas paganas para sus propios propósitos. Las sirenas eran incluidas en los bestiarios, y había altorrelieves de ellas en muchas iglesias y catedrales. Puede apreciarse un excelente ejemplo de un altorrelieve de una sirena en el lado de una banca de la iglesia de Zennor, en Cornwall. Se cree que data de unos 600 años atrás y se le asocia con la leyenda de Mathy Trewhella, el hijo del guardián de la iglesia, que un día desapareció inexplicablemente. Años después, un capitán de barco llegó a St. Ivés y contó que había anclado cerca de la cueva Pendower, y había visto una sirena que, según aseguró, le dijo: "Su ancla está bloqueando nuestra cueva y Mathy y nuestros hijos están atrapados adentro". Para los habitantes de Zennor, el misterio de la desaparición de Mathy quedó explicado.
En términos generales, ver una sirena no constituía una experiencia grata. Su hermoso canto, se decía, había cautivado a numerosas tripulaciones de barco y, como en las leyendas, las criaturas habían inducido a los navíos a acercarse a rocas peligrosas.

Cuando las sirenas emergen a la superficie.

Personas como Francis Bacon y John Donne explicaron muchos fenómenos naturales, incluido el supuesto mito de la sirena. En el caso de John Donne, cuando en 1596 se enroló en la expedición naval de Robert Devereux, creyó avistar camino a Cádiz algunas de esas figuras aparentemente mitológicas. A finales de la era isabelina y comienzos de la jacobina, la creencia en las sirenas se debilitó. Sin embargo, también fue una época caracterizada por los viajes marítimos, y algunos de los grandes navegantes de la época narraron encuentros personales con hombres pez.
En 1608, el navegante y explorador Henry Hudson (que dio el nombre a los territorios de la bahía de Hudson), consignó sin misterios en su cuaderno de bitácora:
Esta mañana, un miembro de nuestra compañía que observaba por encima de la borda vio una Sirena y, cuando llamó a algunos de la compañía para que la vieran, otro se acercó, y para entonces se había aproximado al barco y miraba con intensidad a los hombres: un poco después, un Mar llegó y la revolcó: del ombligo hacia arriba su espalda y sus senos eran como los de una mujer (como dijeron haberla visto); su cuerpo era tan grande como el de uno de nosotros; su piel era muy blanca; y sobre su espalda colgaba una cabellera larga, de color negro; cuando se sumergió vieron su cola, que era como la cola de una marsopa, y salpicada con manchas como la de una caballa. Los nombres de quienes la vieron eran Thomas Hilles y Robert Raynar.
Hudson era un navegante con mucha experiencia, que de seguro conocía a sus hombres y presumiblemente no se hubiera tomado la molestia de consignar en su cuaderno de bitácora un engaño evidente. Además, el informe deja ver que sus hombres estaban familiarizados con los habitantes del mar y opinaban que esta criatura era excepcional. Y, si su descripción es certera, desde luego lo era.
Pero la gran era de las sirenas fue el siglo XIX. Se falsificaron y exhibieron más sirenas ante públicos embelesados en ferias y exposiciones que en cualquier otra época. También fue el período en el que se escucharon varios relatos extraordinarios sobre encuentros con sirenas, incluyendo dos de los más serios con que se cuenta.
El 8 de septiembre de 1809, The Times publicó la siguiente carta de un hombre llamado William Munro:
Hace unos doce años, cuando yo era director parroquial en Reay [Escocia], mientras iba caminando por la playa en la bahía de Sandside en un agradable y cálido día de verano, tuve deseos de extender mi paseo hacia Sandside Head, cuando mi atención se vio atraída por la aparición de una figura que semejaba una hembra humana desnuda, sentada sobre una roca que se adentraba en el mar, y aparentemente peinándose el cabello, que caía sobre sus hombros y era de un color castaño claro. La semejanza que la figura guardaba con su prototipo en todas sus partes visibles era tan extraordinaria, que si la roca sobre la cual estaba sentada no hubiera sido peligrosa para bañarse, me hubiera sentido impelido a considerarla como una verdadera forma humana, y para un ojo no acostumbrado a la situación, sin duda alguna así lo parecía. La cabeza estaba cubierta de cabello del color arriba mencionado y más oscuro en la coronilla, la frente era redonda, el rostro rollizo, las mejillas sonrosadas, los ojos azules, la boca y los labios de forma natural, parecidos a los de un hombre; no pude ver los dientes, pues tenía la boca cerrada; los senos y el abdomen, los brazos y los dedos eran del tamaño de los de un cuerpo adulto de la especie humana; los dedos, por la acción en que estaban las manos, no parecían ser palmeados, pero no estoy seguro de esto. Permaneció en la roca tres o cuatro minutos después de que la divisé, y durante ese tiempo se ocupó en peinarse el cabello, que era largo y grueso, y del cual parecía estar orgullosa, y luego se hundió en el mar...
Sea lo que fuere que vio y describió con tanto detalle William Munro, no fue el único, porque agrega que varias personas "cuya veracidad nunca escuché poner en duda" aseguraron haber visto a la sirena, pero hasta cuando él la vio por sí mismo "no estaba dispuesto a dar crédito a su testimonio". Como dicen, ver para creer.
Alrededor de 1830, los habitantes de Benbecula, en las islas Hébrides, vieron a una joven sirena que jugueteaba alegremente en el mar. Algunos hombres intentaron nadar hasta donde se encontraba para capturarla, pero ella fácilmente los dejaba atrás. Luego un niño le arrojó piedras, una de las cuales golpeó a la sirena, y ésta se alejó nadando. Unos días después, a unos tres kilómetros del lugar en donde había sido vista esta criatura, el cadáver de una pequeña sirena fue empujado por las olas hasta la playa. El cuerpo minúsculo y lastimoso atrajo a las multitudes a la playa, y luego de haberse examinado detalladamente el cuerpo, se dijo que:
La parte superior de la criatura era más o menos del tamaño de un niño bien alimentado de unos tres o cuatro años, con unos senos anormalmente desarrollados. El cabello era largo, oscuro y brillante, mientras que la piel era blanca, suave y tierna. La parte inferior del cuerpo era como la de un salmón, pero sin escamas.
Entre las numerosas personas que vieron el cuerpo diminuto estaba Duncan Shaw, un vendedor de tierras de Clanranald, y concejal y alguacil del distrito. Ordenó que se construyera un ataúd y se fabricara una mortaja para la sirena y que se la enterrara para que descansara en paz.
De los numerosos hombres pez falsos de este período, vale la pena mencionar tan sólo uno o dos para ilustrar la ingenuidad de las falsificaciones y de los falsificadores. Un ejemplo famoso es el narrado en The Vicar of Morwenstow, por Sabine Baring-Gould. El vicario en cuestión era el excéntrico Robert S. Hawker, quien, por razones que sólo él conoce, en julio de 1825 ó 1826 decidió disfrazarse de sirena cerca de la playa de Bude, en Cornwall. En las noches de luna llena, nadaba o remaba hasta una roca no lejos de la costa, y allí se colocaba una peluca hecha de algas trenzadas, se envolvía las piernas en hule y, desnudo de la cintura para arriba, cantaba -no muy melodiosamente- hasta que lo observaban desde la playa. Cuando la noticia sobre la sirena se difundió por Bude, la gente acudió a verla, ante lo cual Hawker repetía su acto. Luego de varias apariciones, Hawker, cansado de su broma -y con la voz un poco ronca-, entonó el himno God save the King y se lanzó al mar, para nunca volver a aparecer (por lo menos como sirena).
Piensa T. Barnum (1810-1891), el gran empresario de espectáculos norteamericano a quien se le atribuyen dos frases dicientes -"cada minuto nace un tonto" y "todas las multitudes ofrecen buenas oportunidades"-, compró una sirena que se podía ver a cambio de un chelín en Watson's Coffee House, en Londres. Era una criatura horrible y encogida -probablemente un pez anormal-, pero Barnum la agregó a las curiosidades que había ido acumulando para su "Espectáculo más grandioso de la Tierra". Su truco, sin embargo, consistía en colgar en el exterior del lugar en donde exhibía su "sirena" un dibujo llamativo de tres hermosas mujeres jugueteando en una caverna subterránea; bajo el dibujo, había una leyenda: "Se añade una Sirena al museo -sin costo extra". Atraídos por el dibujo y por la implicación de lo que podían ver en el interior, muchos miles de personas pagaron la tarifa de admisión para ver este espectáculo. Como decía Barnum, si la "sirena" encogida no satisfacía las expectativas del público, el resto de la exhibición sí valía la pena.
Las sirenas han seguido viéndose en años más recientes. Un pescador de Muck, una de las islas Hébrides, vio una en 1947. Estaba sentada sobre una caja flotante de arenques (utilizada para preservar langostas vivas), peinando su cabellera. Tan pronto se dio cuenta de que la estaban observando, se arrojó al mar. Hasta su muerte a finales de los años cincuenta, el pescador insistió en que había visto una sirena.
En 1978, Jacinto Fatalvero, un pescador filipino de 41 años, no sólo vio una sirena en una noche de luna, sino que ésta le ayudó a hacerse a una pesca abundante. Sin embargo, es poco más lo que se sabe, pues, tras haber narrado su experiencia, Fatalvero se convirtió en blanco de bromas, objeto de burlas e, inevitablemente, presa de los medios de comunicación. Como es apenas comprensible, se negó a seguir hablando.
Se acepta por lo general que la leyenda de la sirena surgió de la identificación errónea de dos mamíferos acuáticos, el manatí y el dugong, y posiblemente de focas. Desde luego, muchos relatos pueden explicarse así, pero, ¿puede esto bastar para explicar satisfactoriamente lo que vieron los marineros que acompañaban a Henry Hudson en 1608 o la sirena que vio el maestro de escuela William Munro? ¿Eran éstas, y otras criaturas similares, mamíferos marinos o sirenas?
Una sugerencia, quizá un tanto sardónica, dice que los hombres pez son reales, y que descienden de nuestros ancestros distantes que llegaron a la playa desde el mar. Los hombres pez, desde luego, descenderían de los ancestros que, o bien permanecieron en el mar, o bien decidieron retornar a él. Los embriones humanos tienen branquias que por lo general desaparecen antes de nacer, pero algunos bebés las conservan y es preciso extirpárselas mediante un procedimiento quirúrgico.
Sea como fuere, la sirena tiene un largo historial de encuentros y se la sigue viendo en la actualidad. Es algo que debemos agradecer; el romance y el folclor del mar no serían tan interesantes sin su presencia.

[1] Este texto no pertenece al Grupo Elron, sino que fue encontrado en la Red sin poderse precisar la autoría. Se lo transcribe porque da la pauta cabal de la perplejidad en que se encuentra la humanidad respecto a estos seres, que no son tan mitológicos como se cree.



jueves, 13 de noviembre de 2008

Las Sirenas

El lugar predilecto por la Sirena es la isla Laitec, una de las más australes del archipiélago de Chiloé. Posee una playa de arenas grises, en partes blanqueadas por la cal de las conchuelas, que se alarga siguiendo la curva de una bahía, hasta la punta "Lile", en donde forma una angosta faja, que como pequeña rampa termina en un islote de rocas estratificadas, blancas, grises y rojizas; parcialmente cubiertas de verdosos matorrales y hierbas de múltiples colores, con vistosas flores, que se reflejan en el espejo de las aguas azules de la quieta ensenada.
En las noches tranquilas y protegida por el velo tenue de la niebla, sale desde el fondo del mar, la bella Sirena, a disfrutar de la placidez de este rincón maravilloso. Se posa en la más alta de las rocas que circundan el islote, haciendo bruscos movimientos de cabeza, para secar su cabellera, de gruesos cordones, parecidos a los tallos del sargazo. Su estatura y las curvas de su cuerpo plateado, que emite una suave y pálida luz, son comparables, tan sólo, a las de una mujer hermosa. La belleza extraordinaria de su rostro, se ve realzada por el color ligeramente rosado de sus mejillas, por sus grandes ojos pardos, ligeramente oblicuos, de tierno mirar, por su boca bien proporcionada de labios finos y rojos, que le añaden singular simpatía. Si bien, desde el tronco hacia arriba, no se diferencia fundamentalmente, de una mujer, sus miembros inferiores, muy bien formados en los muslos, se van confundiendo hacia el extremo distal de sus piernas, para terminar en una cola de pez.
Reposa largo tiempo, sentada sobre las rocas, contemplando la tierra y el mar, siempre atenta al menor ruido y cuando siente la presencia del hombre, se desliza, huye veloz, y se hunde en las profundidades del mar. Un viejo poblador de la isla, cuenta que hace años, estando una noche en plena faena de pesca con otros compañeros, sintieron, de pronto, bruscos movimientos y sacudones en la red, la que una vez elevada, con grandes esfuerzos, hasta La embarcación, mostró envuelta en sus mallas a una hermosa Sirena. La contemplaron con admiración y éxtasis, por largo rato, pero aún no repuestos de la fuerte impresión, debieron dejarla en libertad, conmovidos por su amargo llanto y sus lamentos cuajados de emoción. La Sirena, es hija del Millalobo y de su esposa la Huenchula. Su misión, señalada especialmente por el padre, como en cuidar a los peces, como los pastores a su ganado. Ayuda a su hermana la Pincoya, a transportar los cuerpos de chilotes muertos en el mar hasta el barco fantasma, "el Caleuche".
La Sirena, suele acompañar, a distancia prudente, la barca de algún pescador de su agrado y al que proporciona abundante pesca. Algunos mozos han llegado a concretar sus amores con esta hermosa una ninfa; pero más tarde al formar su hogar con alguna niña de la aldea, ven con angustia como sus descendientes nacen con una cola de pescado.