lunes, 9 de febrero de 2009



En las cercanías del pueblo valenciano de Mogente se encuentra un angosto barranco, el barranco de la Hoz, cuyas paredes contienen pinturas prehistóricas y sorprendentes formaciones pétreas de origen natural. Una de las más curiosas se parece a una escalera y asciende de forma fantástica desde el suelo hasta terminar frente a un lienzo liso de roca. Es la llamada Escala de la Doncella.
Cuentan que en tiempos de Abdalazis II, cuando Valencia era todavía musulmana, gobernaba Mogente un sabio y valiente guerrero llamado Mohamed Ben Abderramán Ben Tahir. Éste tenía una hermosa hija, Fátima de los Jardines, a la que amaba sobre todas las cosas de la Tierra, y para quién ordenó construir una torre en un saliente del barranco de la Hoz, a la cual la joven podría acudir siempre que quisiera deleitarse con la belleza del paisaje.
Ben Tahir deseaba también proporcionar a su hija la mejor educación posible, y para ello mandó traer a uno de los mayores sabios de su tiempo, quien se encontraba entonces preso en Marruecos, y por cual tuvo que pagar un rescate. Pronto halló Ben Tahir que el dinero invertido había merecido la pena, pues con tan docto maestro la doncella aprendía a gran velocidad.
Sin embargo, esto era en realidad mérito tanto del maestro como de la alumna. La inteligencia de Fátima de los Jardines no dejaba de sorprender al preceptor, quien se sentía como si estuviese vertiendo sus conocimientos en un pozo si fondo. Cuando agotó sus saberes acerca de las ciencias y las letras, comenzó a enseñarle a la joven los secretos de la magia oculta.
Unos meses después, se dio cuenta Ben Tahir de que su hija se mostraba cada vez más meditabunda, apática y contemplativa. Incluso su maestro parecía mucho más triste y apagado que cuando había llegado a Mogente. Preguntó a este último qué sucedía, y obtuvo la siguiente respuesta:
― “Tu hija, que ahora es capaz de ver cosas vedadas para gran parte de los mortales, ha descubierto la existencia frente a su torre de un palacio encantado, lleno de maravillas y riquezas, a cuya entrada lleva esa misteriosa escalera tallada en la piedra. Esa puerta es peligrosa, y yo no podría abrirla con mi magia. Existe, sin embargo, otra en un sitio cercano a la cual sí puedo doblegar a mi voluntad, aunque es probable que quien la traviese no sea capaz de salir después y quede prisionero en el castillo encantado para siempre”.
Ben Tahir no quiso oír más advertencias y ordenó al sabio a que les condujera a su hija y a él a aquel lugar maravilloso. Para más seguridad entraría con ellos, compartiendo así su destino.
Los llevó el sabio a un determinado lugar del barranco, frente a una pared lisa de roca, abrió un libro de magia que llevaba con él y comenzó a leer en voz alta uno de los conjuros que allí venían escritos. La pared de piedra empezó entonces a agitarse. Tembló y retumbó hasta que apareció una grieta que la recorrió de arriba abajo. Las dos partes de la pared se apartaron a un lado, dejando ver la entrada a un suntuoso pasillo.
Precedidos siempre por el mago, que no apartaba los ojos de su libro de conjuros, padre e hija entraron en el palacio subterráneo y recorrieron sus salas una a una, mirándolo todo con ojos entre maravillados y atemorizados, hasta que finalmente su guía les confirmó que había llegado la hora de salir de allí.
Tan agradecido estaba Ben Tahir por haber tenido la posibilidad de visitar aquel lugar que recompensó al sabio concediéndole la libertad de volver a su país. Sólo puso una condición, y esta fue que le dejara el libro de conjuros a su hija, algo a lo que él accedió.
Pasaron las semanas, y Ben Tahir estaba cada vez más contento de ver a Fátima de los Jardines alegre otra vez. Su felicidad, sin embargo, no iba a durar mucho. Un día, al regresar a su castillo después de tomar parte en una cacería, escuchó un horrible lamento que salía de la tierra, y en el cual reconoció la voz de su hija. La buscó por todas partes sin poder encontrarla. Tras interrogar a los sirvientes, averiguó que la joven había subido por la escalera de piedra del Barranco de la Hoz, se había internado en la montaña y esta se había cerrado a su espalda. Los sirvientes no la vieron salir.
Loco de desesperación, Ben Tahir recorrió el barranco buscando alguna abertura por la que poder entrar en el palacio encantado, aunque, como era de esperar, no halló ni la más mínima fisura en la pared de roca. Sus esfuerzos eran inútiles. Al poco tiempo, recibió además la noticia de que el sabio preceptor de su hija había muerto, allá lejos en su país natal, esfumándose así la única posibilidad que veía de rescatarla. Unos días después de recibir esta mala nueva, Ben Tahir moría también, según los médicos que lo atendieron, a causa de la pena.
Los gritos de auxilio de su hija se siguieron escuchando durante un tiempo, hasta que esta finalmente pareció darse cuenta de que no iban a rescatarla o, como mínimo, de que esto iba a tardar en producirse.
Cada cien años, cuenta la leyenda, el palacio subterráneo le permite asomarse a la Escala de la Doncella para comprobar si se ha presentado alguien capaz de desencantarla.

1 comentario:

K-OZ dijo...

buena chica atlante